domingo, julio 31

Irasema Cruz

LVI  PRELUDIO

El viento se llevó los algodones a las cinco de la tarde. El llanto inflama vacíos con ritual de palabras. Comenzaron sones del bordón, campanas de arsénico y el humo. Nieve y sal dormitan en mi brazo. Me siento cabeza de vidrio. Soy la grieta: naranja que pudre bolsillos. La verdad atravesó mis ojos, el húmedo árbol de la espuma. Gasto sudores sin traspasar puños. Cuando la plaza se cubrió de yodo, la muerte puso huevos en la herida. Un ángel ruge a las cinco del preludio. El toro marcha enfermo de noticias. El aire escupe sal como un círculo de gente. A las cinco salen ventosas por una puerta inferior a la vida. Ruge la pared, el toro lucha, truecan murciélagos, la semilla pierde contornos; mi hijo ríe sobre la carpa, fuera de mí.


LLUVIA DE OSCURIDAD

Esta soledad ya sucedió. A cuantos salvaré. Existe parir. Soy la hembra más común del hemisferio. Nada me importa. Un oscuro dolor bordea mi espinazo. Algo sucede… sombra de voz en mis rodillas. Si marcho, es decir, quedándome sin ausencia, cuantos no me salvarán. De quién vivirían los murciélagos, son animales humanos. No me salvarán. Escondí sombras rivales. Fui caudillo de mercaderes. Me aplastaron la cabeza. Dirán que soy libre,  que huyo para ser atrapada.


II

Qué mitad de grito me toca. Corro. Extrañamente hay lágrimas. Corro. Los diarios transmiten conciertos de jazz. Corro. Un niño sin piernas sube el puente de Manhattan. Corro… Si el mar conversara me hundiría en sus vértebras. En los parques no hay hojas. Grito. La culpa entiende. Las piedras son hombres. El hombre, manicomio. Manicomio, familia. Familia, hotel sin olores humanos. Los humanos, estatuas de algodón, amantes sin ojos. Mis ojos, necesidad de estar muerta. Morir, donante de lluvias. Y la lluvia tributa luz al vacío.

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