lunes, junio 6

Antonio Armenteros

MOTEL

Nunca dijimos que el monte concluía en la línea
en la blanca arena
       --que los naturales designan: amplia, azul, bella—
y lo escabroso del litoral.
Existe una cajita china a la cual llamamos ventana
una ventana blanca de ternura
y un deseo largo:
                         ¿Enséñame?
A tachar de mi sangre esas imágenes
--a priori-- evitar estos reclamos
sutiles de la mente.


***


DIÁLOGO CASI ZEN

                                   Por ellas. Para M…

Ha estado lidiando con el cangrejo,
directamente en el pecho –me dice--,
y luego muestra unas pelusas que le están naciendo
en la cabeza: “Es producto de la quimioterapia”,
explica y continúa: “Debías saberlo”.
Sé que es terriblemente bella como nadie,
a pesar de la caída del cabello y esos ojos.
¡Dios mío, esos ojos!
--Nacemos para morir, polvo somos.
De todas esas cosas conocidas, dolorosas,
habla sin ganas de callarse y más tarde
se anuda un pañuelo florido,
con un gesto que escapa al poema real
haciéndomelo saber de golpe o mejor dicho
sin golpe, directamente hasta mi entendimiento.
--Involucrando toda mi conciencia:
“Antes de los dolores, era tan estúpida,
sigo siendo tan idiota como antes, pero ahora sé
--es la diferencia-- que existen días. ¡Amor!
Días que no tienen precio”.  Y calla.


***


EMBIL

Al mediodía desde la seguridad de sus balcones me hacen creer que nuestras  existencias caen/caben en el maratón de la muerte sin apenas notarlo. No dejen que esa mujer golpeé mi puerta con la posibilidad de un entendimiento, un mejoramiento más allá de lo estrictamente creíble. ¿Será por qué habitó el primer piso y mi perspectiva se aleja de los cuestionamientos/las diferencias? Desde sus balcones al mediodía me hacen creer que nuestras existencias caen  al maratón de la muerte sin apenas soñarlo. No permitan que esa mujer golpeé la puerta con la posibilidad de la división de los cuerpos.
Al mediodía desde mi perspectiva los veo alinearse en sus balcones cual máscaras de Karnak.

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