viernes, diciembre 21

Pedro Marqués de Armas

Ciudad Habana, 1965. Poeta y ensayista. Ha publicado los libros de poesía, Fondo de ojo (1988), Los altos manicomios (1993) y Cabezas (2001). Fue miembro del Grupo de Escritura Alternativa Diásporas. Reside en Barcelona. Estos poemas pertenecen a su libro inédito Óbitos (2007).


(crónica)
                 
                                         a Francisco Morán


el chino que colgaron de un pie
en las Caletas de Sán Lázaro
el que se metió de cabeza
en los filtros de Carlos III
el empalado de la loma
del burro el trucidado
del camino de hierro
el último peón

toda esa gente en aprieto
toda esa gente a la sombra
de qué

el que bebió la flor (pública) de los urinarios
el que degolló al Conde y lo dieron por loco
y después inventó un aparato para matarse
(Engranaje-Sin-Fin)

el verdugo que entraba por el boquete
el que le cortó la cara al Padre Claret
en un raptus luego de misa
el embozado que le pasó
la chaveta el que empleó
el veneno que no deja
traza (Rosa francesa)

toda esa gente en aprieto
toda esa gente a la sombra
de qué

el amante de la Bompart
apresado en el Hotel Roma
a 30 yardas de la Iglesia de Cristo
el que gritó -ante la trigueñita de los doce años
y el padre enloquecido colgado de un gancho-
ansias de aniquilarme siento el que soportó
el giro del tórculo pero no a las legionellas
el que arrojó vitriolo al negrero Gómez
junto al altar el que prendió yesca
el que echó la mora al agua
atada al cepo -dicen-
desde la eternidad

toda esa gente en aprieto
toda esa gente a la sombra
de qué


***


ACERCA DE UN DOCUMENTO

qué había -preguntaste- entre
la casa de máquinas y el almacen
¿sólo brecha blanca? ¿sólo la cochera
y el rastro de cerdos? ¿sólo miasmas
-poblaciones? en cualquier caso
entre las dos cuchillas del ingenio
qué había -preguntaste- y creo
que te respondí: cualquier
cantidad


***


Raparon en Charenton todas las cabezas, menos la suya. El pelo y las uñas y no ese cerebro descolorido, ni esas carótidas del diámetro de una pluma: sus últimas pertenencias.
Cuando asomó por la ventana del pabellón para gritar:
-Nivelamiento.
Ya estaba muerta. Pero su grito -ave greñuda- repicó en el Bósforo. Cómo no iba a quebrar la cinta si hasta el césped raparon hasta convertirlo en sendero, mientras M. Esquirol hacía señas con banderitas y Saint-Just, tan sordo:
-No se junta justicia y santidad.
Luego el regreso en coche, a Lieja. ¿A dónde iba a ser?

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